En los últimos meses se está incrementando la campaña en contra del gasoil: los automóviles movidos por ese combustible no van a poder circular por el centro de algunas ciudades, está en el horizonte la prohibición de su fabricación, se van a incrementar los impuestos hasta acercar su precio al de la gasolina, ... Este rollito me suena, porque es justamente el opuesto al que se produjo hace unos quince o veinte años: el gasoil produce menos CO2, los coches necesitan menos mantenimiento, el combustible es más barato,etc, etc, etc, con lo que se disparó la producción de coches de gasoil, con un porcentaje actual de alrededor del 70% de las matriculaciones anuales.
Pues resulta que ha caído en mis manos un artículo publicado en 2008 que afirma que la producción intensiva de carne emite más gases a la atmósfera que el transporte por carretera, y la tendencia no parece disminuir. Comercializar un kilo de ternera en un país rico genera la misma polución que 200 km en coche.
"El consumo de carne puede ser sabroso y nutritivo, pero no sale gratis al miedo ambiente. No hace tanto tiempo la ternera era un bien de lujo, asequible para unos pocos, pero hoy en día es un producto abundante en la cesta de la compra. La ecuación es sencilla: cuánto más ricos somos más carne comemos. Pero también más recursos se necesitan, por lo que el impacto ambiental aumenta. Alentados por el horizonte de Kyoto, los países firmantes han centrado sus fuerzas en combatir el sector energético olvidándose del resto. Una "pequeña" porción que sólo en el caso de la ganadería y la agricultura española ya supone el 11% total de la emisión de gases de efecto invernadero.
Hace una década, un informe de la FAO pedía "soluciones urgentes" porque el ritmo actual de producción de carne era "insostenible". Desde entonces, y como viene ocurriendo en los últimos 50 años, la demanda sigue creciendo a costa de intensificar los recursos, hasta que en 2006 el sector ganadero ya superaba al de transporte en la emisión mundial de gases, convirtiéndose así en la principal fuente de degradación de los suelos y del agua.
Osvaldo Sala, asesor de ecología de Naciones Unidas, presentó la semana pasada en Madrid un estudio sobre la pérdida de biodiversidad que sufrirá la Tierra en este siglo y destacó que los ecosistemas mediterráneos experimentarán una "mayor degradación" debido a su "sensibilidad" a los cambios de usos del suelo, motivado, sobre todo, por la actividad ganadera.
"La producción intensiva de carne contamina aguas, genera residuos químicos, gases peligrosos procedentes del estiércol (óxido nitroso) y del sistema digestivo (metano), además de amoniaco que contribuye a la lluvia ácida", enumeró el biólogo, que exigió a los países industrializados formas de producción más sostenibles.
Flatulencias contaminantes
El primero en encender las alarmas fue el Gobierno neozelandés. La gran cabaña de rumiantes que tiene el país (más de 50 millones) genera el 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero, lo que está impidiendo cumplir los objetivos de Kyoto. Así, en un territorio de tan sólo cuatro millones de habitantes, con una asentada conciencia ecológica, cada vaca emite 90 kilos de metano al año (un gas 23 veces más peligroso que el CO2), lo que supone la misma polución que se genera al quemar 120 litros de gasolina.
La paradoja del caso neozelandés es que la contaminación de estos animales tiene que ver con la alimentación que llevan, más sana y tradicional que las cabañas europeas, donde predomina el pienso compuesto, por los que las autoridades se han planteado como último recurso variar la dieta después de desechar la implantación de una tasa ('Flatulence Tax') que pretendía compensar las emisiones de metano.
Pero si Nueva Zelanda anda a vueltas con la fermentación intestinal de las vacas, en España -tercer país europeo en número de bovinos y el segundo en ganado porcino, ovino y caprino- la progresiva pérdida de las explotaciones tradicionales a favor de las intensivas esquilma un recurso limitado como es el agua. Según la FAO, producir un kilo fresco de ternera no sólo requiere un consumo de agua quince veces superior al de los vegetales (15 m3 frente a 1), sino que además contamina 12 kg de dióxido de carbono, lo equivalente a viajar en un coche durante 200 kilómetros.
Consumo sostenible
Otros impactos de la explotación ganadera son los excrementos líquidos y sólidos, con un poder contaminante cien veces superior al de las aguas residuales urbanas; el uso del transporte para trasladar animales; la acumulación de pesticidas y fertilizantes, y la introducción de cultivos modificados genéticamente, como es el caso de la soja, que en un 90% se destina a la alimentación animal.
Consumo sostenible
Otros impactos de la explotación ganadera son los excrementos líquidos y sólidos, con un poder contaminante cien veces superior al de las aguas residuales urbanas; el uso del transporte para trasladar animales; la acumulación de pesticidas y fertilizantes, y la introducción de cultivos modificados genéticamente, como es el caso de la soja, que en un 90% se destina a la alimentación animal.
Con este panorama, la OCU asegura que la mejor opción sería "racionalizar su consumo", que en la actualidad ronda los 90 kg por persona y año en los países ricos. "Buscar la producción ecológica ayuda, pero es más razonable reducir la presencia de carne en la dieta diaria. Y cuando la comamos, debemos procurar que en la elección haya tanta variedad de especies como sea posible y que ésta tenga un origen local", aconseja la asociación de consumidores.
El pasado viernes, los líderes europeos reunidos en Bruselas acordaron tomar "medidas urgentes" para reducir en un 20% sus emisiones de aquí a 2020. Sin embargo, no se pusieron de acuerdo sobre los sectores productivos en los que morder el hueso. De momento, Los 25 ven con buenos ojos la propuesta del Gobierno francés para rebajar el IVA que se aplica a los bienes ecológicos y penalizar las importaciones que no secunden las mismas normas ambientales."