Cuando pides un café con leche en un bar quien te atiende te puede mirar bastante regular. A saber: café normal o descafeinado (de sobre o máquina); espresso, americano, corto, largo, doble, cortado o con leche; leche entera, desnatada, de almendras; .... ¡Y seguro que me dejo muchas opciones! Por supuesto, si están cuatro pidiendo café, los cuatro diferentes y bien variados.
Hay una opción que me he saltado a conciencia: la leche sin lactosa. Los humanos somos los únicos mamíferos que seguimos tomando leche a lo largo de nuestra vida, pero muchos son intolerantes a uno de sus componentes, la lactosa, que no pueden digerir y cuando la toman "se van patas abajo" pero ya.
Y como estamos acostumbrados a oír hablar de leche desnatada, a la que se le quita la nata, pensamos que a la leche sin lactosa le han quitado la lactosa. Pues no: más bien se le añaden microorganismos que producen lactasa, que es la enzima que descompone la lactosa en azúcares asimilables por el organismo, y que los intolerantes no producen en la cantidad necesaria. Es curioso que la etiqueta "sin lactosa" suene ecológica, pero si pusieran lo que es real, "con bichos que producen lactasa" el fracaso comercial estaría asegurado. ¡Pero que mala es la Química!! ¡Puaffff!
Por cierto, un estudio de 2013 concluía que dos tercios de la población mundial es intolerante a la lactosa en mayor o menor medida, pero una parte muy importante no lo sabe. ¡Casi nada!